Esplendor y caída, derrota y esperanza de la Revolución de Octubre

En 1944 Guatemala es una finca asentada en el dominio de la oligarquía cafetalera y los monopolios estadounidenses; a partir de ese año, sucedieron hechos transcendentales que marcaron al país. Corrió mucha sangre, existieron gobiernos autoritarios, la guerra civil, etcétera; pero todo esto resulta ser ahora parte de la historia que muchos desconocen y que es importante saberla como ciudadanos guatemaltecos.

En el gobierno del general Jorge Ubico, la Ley de Vagancia y el Boleto de Vialidad institucionalizan el trabajo forzado. Los salarios son inferiores a 50 centavos diarios, sin contrato y, sin límite de horario. 112 fincas se apropian 48.2% de la tierra y 22 fincas con extensiones superiores a 896.0 hectáreas poseen 13.4% de la superficie total (pero el 94% se encuentra ociosa). En el otro extremo, 165.850 fincas menores de 1.4 hectáreas ocupan apenas el 3.2% del total de tierra. Hoy igual que ayer: “El país se asemeja a una República bananera; prevalecen relaciones semifeudales y esclavistas de producción en el campo; y coexisten poderosos enclaves imperialistas” recuerda Alfonso Bauer Paiz en “Memorias de Alfonso Bauer Paiz”.

Ubico gobierna con dotes de patrón mayor. Pero su paternalismo arrogante y su omnipresente mano dura dejan entrever grandes grietas. El atraso de la estructura económica, la crisis internacional, la ilegitimidad de las dictaduras anticipan la crisis.

Junio es escenario de manifestaciones multitudinarias y huelgas en una capital más pequeña, más silenciosa, más humana que la actual. En la gran manifestación del 25 de junio mueren la maestra María Chinchilla y el sastre Francisco Rivas, entre otros.

El Documento de los 311, firmado en orden alfabético por profesionales, artistas y políticos, revela un descontento profundo y una amplia base de oposición a la dictadura. La sustitución de Ubico por Ponce Vaides, el 3 de julio, es sólo un respiro parcial para un régimen condenado. Hay huelgas en las fincas de Tiquisate, apoyadas por la Asociación de Estudiantes Universitarios, AEU; en las fábricas de tejidos, en las imprentas. Se suceden enfrentamientos cruentos (la obra “Fermentos de lucha. Hambre y miseria en Guatemala. 1944-1950” de Arcadio Ruiz Franco calcula que el triunfo de la Revolución de Octubre cuesta entre 800 y 1000 muertos) y se produce también la preparación militar de muchos opositores a la dictadura para la pelea que se prevé. “Crónica de un 20 de octubre anunciado”, podía haber escrito García Márquez.

“El 20 de octubre de 1944 a la 1:15 de la mañana, relata el periodista Luis Alfonso Tejeda en la obra de Arcadio Ruiz, el grupo de oficiales de alta en la Guardia de Honor que están comprometidos para iniciar el golpe revolucionario se levanta a la hora señalada, llegando al pabellón del general Francisco Corado para capturarlo, pero éste principia a disparar, hiriendo al capitán Alberto Escobar. Entonces se ven obligados a ultimarlo; luego abren la puerta a un grupo de estudiantes universitarios y de civiles que está de acuerdo y llegan a reforzar el movimiento. Las tropas principian a avanzar a sus objetivos militares. El pueblo en masa acude a darle todo su apoyo al movimiento y se arma a más de 5000 hombres (…) Después de varias horas de dura lucha, se logra el bloqueo del Palacio Nacional, donde están los principales miembros del gobierno provisorio, a quienes se manda un ultimátum de rendición. El presidente provisorio, al ver en llamas los fuertes, principalmente el de San José, se rinde bajo la promesa de respetarle la vida a él y a su Estado Mayor”.

1945-1950: el “socialismo espiritual”
Los casi 10 años que a partir de este octubre recordado van a completar la Revolución se pueden dividir en dos etapas. La Revolución es impulsada inicialmente por una base social heterogénea, animada por intereses diferentes: “la pequeña burguesía urbana, universitarios de clase media, intelectuales y profesionales, pequeños empresarios y comerciantes, empleados públicos mal pagados, campesinado politizado y proletariado incipiente”. (“La batalla por Guatemala”, Jonas)

El “socialismo espiritual” de Arévalo, alejado según sus propias palabras “del individualismo liberal y del socialismo marxista”, responde a la correlación de fuerzas y las posibilidades de implementar un programa de justicia social en esta primera fase de la revolución.

En este contexto, el primer gobierno de la Revolución se caracteriza por importantes avances y limitaciones obvias. Entre los primeros, Susanne Jonas menciona que “se suprime la Ley de Vagancia y todas las formas de trabajo forzado; se crea el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social; se promulga el Código del Trabajo, que reconoce salario mínimo, contratos obligatorios, igual pago por igual trabajo, derecho a la seguridad social, derecho de huelga y de formar sindicatos. El gobierno destina 1/3 de los gastos estatales a una ambiciosa inversión social; legaliza los partidos políticos (excepto el comunista) y amplía las libertades de expresión, prensa, etc.” Además, se da un fuerte impulso a la literatura, el deporte, el arte, la construcción de infraestructura cultural (construcción del edificio actual de la Biblioteca Nacional)…

Por otra parte, las limitaciones son, según la misma autora, “la falta de cambios sustanciales en la base productiva del país; que se restringe o no se promueve seriamente la sindicalización de los trabajadores del área rural; que no se afectan los enclaves extranjeros y la tenencia de la tierra”. Manuel Galich va más allá al afirmar que “la Constitución (promulgada en 1945) resulta un híbrido contrarrevolucionario. Al lado de lo bueno, consolida la estructura agraria del país, deja intacta la feroz clase dominante de los barones del café, los terratenientes semifeudales y consolida al ejército como entidad autónoma y casi como un cuarto poder”. (“Por qué lucha Guatemala”, Galich)

Las limitaciones chocan con las necesidades y las expectativas de una población crecientemente organizada en la Confederación Nacional Campesina y la Confederación de Trabajadores de Guatemala que solicitan, desde 1946, la realización de la Reforma Agraria, y en el Partido Guatemalteco del Trabajo, formado en 1949. En vísperas de las elecciones de 1950 y de la sustitución de Arévalo, la primera etapa de gobierno se percibe tan impactante como agotada. La antesala del cambio.

1950-1954: el capitalismo nacional
El triunfo del coronel Jacobo Árbenz Guzmán en las elecciones de noviembre de 1950 refleja la nueva correlación de fuerzas existente y la necesidad de profundizar las reformas iniciadas en 1944, aunque augura también polarización y descontento de los sectores poderosos que van a ver afectados sus intereses. Incluso de sectores tradicionalmente afectos.

El 15 de marzo de 1951, durante la toma de posesión del gobierno, Árbenz anuncia el objetivo de transformar el capitalismo dependiente guatemalteco (“feudalismo”) en un capitalismo nacional e independiente. Aquí, la historia guatemalteca se acelera: sí, nuestra historia tan cotidianamente estancada, varada en el tiempo, con tendencia al rezago. El gobierno plantea, en primer lugar, realizar una reforma agraria que “permita el acceso a la tierra a grandes contingentes de población, los que, con adecuado financiamiento pueden elevar la producción, permitiéndoles ingresos que les den la capacidad de demandar bienes de consumo y capital, y convertirse así en motores del impulso de la industria nacional”. (“La revolución de Octubre. Diez años de lucha por la democracia en Guatemala”, Velásquez Carrera)

En segundo lugar, propone romper el predominio de los monopolios estadounidenses, con la realización de obras alternativas como el puerto Santo Tomás de Castilla, la hidroeléctrica Jurun-Marinalá y la carretera al Atlántico.

La ley de Reforma Agraria de 1952 sanciona la expropiación de tierras ociosas en terrenos de más de 223 acres y se acompaña de la creación del Departamento Agrario Nacional y el Banco Nacional Agrario, encargados de facilitar créditos y asistencia técnica a los nuevos propietarios. En dos años, la Reforma Agraria otorga 1002 fincas y 1.901.073 hectáreas para 100.000 familias. Y el Banco Nacional Agrario “concede 11.881.432 quetzales en créditos”, según afirma su fundador y primer presidente, Alfonso Bauer Paiz: “Crece rápidamente el mercado interno. De la noche a la mañana los niveles de vida en el campo aumentan, los empleados adquieren máquinas de coser, radios, refrigeradoras eléctricas y de gas y otros artículos para su comodidad familiar. Por supuesto, todos los comerciantes están satisfechos porque se les abren insospechadas posibilidades de venta en todo el país”. (“Memorias de Alfonso Bauer Paiz”, Carpio)

“Los guatemaltecos que conocíamos nuestro pasado y habíamos vivido parte de él, nos sentimos en un país distinto, dice Manuel Galich. En un país que se había colocado, de la noche a la mañana, como si fuera dueño de la máquina del tiempo, en pleno siglo XX, después de haber vivido en los más tenebrosos, hasta la misma víspera”.

Es una más de las paradojas de la historia que, siendo esta etapa una de las más avanzadas de la historia de Guatemala, sea tan violentamente atacada. La oposición, que ve cuestionados sus intereses, se organiza rápidamente. El desenlace de este proceso es conocido: violencia, atraso, miseria, el regreso de la Guatemala más funesta, la polarización, la exclusión, las heridas de un país dividido. Heridas que todavía hoy no se cierran.

Forma parte de lo hipotético saber qué nuevos avances y reformas, qué otra nación sería si la Revolución de Octubre hubiera logrado continuidad. “Brilla como una estrella fugaz que derrama su luz plena en el corto trayecto que recorre nuestros horizontes”, escribe María Cristina Vilanova, viuda de Árbenz. (“El presidente Árbenz, la gloriosa victoria y la lección de Guatemala”, CEUR) El esplendor efímero. Por su parte, Manuel Galich añade: “La verdadera Revolución que apenas comienza es estrangulada en la cuna”.

Treinta días antes de su renuncia, el presidente Árbenz había proclamado ante una multitud de trabajadores, refiriéndose a las tentativas de acabar con la Revolución: “Se olvidan de que las condiciones de hoy no son las que privaban en 1944; no recuerdan que entonces el pueblo no estaba organizado, que el pueblo no sólo no apoyaba a Ubico sino que lo combatía. Se olvidan que entonces los cuarteles eran también prisiones y que los altos jefes del ejército habían perdido la dignidad del mando. Se olvidan que antes los campesinos no tenían patria que defender porque para los campesinos la tierra es la patria”. Pero esta Revolución llena de promesas y realizaciones, sin lugar a dudas popular, se mueve al mismo tiempo en las arenas movedizas de la agresión externa y las divisiones intestinas: delicado equilibrio que acaba orillándola hacia la derrota.

En marzo de 1953, los republicanos toman el poder en Estados Unidos. Allan Dulles y John Foster Dulles, ligados a la United Fruit Company, son nombrados, respectivamente, jefes de la CIA y del Departamento de Estado, puestos clave en la lucha contra Guatemala. En el clímax de la guerra fría y su igualmente fría lógica de reparto del mundo, el gobierno de la Revolución es acusado de “comunista” y se toma la decisión de su derrocamiento.

Para Susanne Jonas, no es sólo la creciente influencia del Partido Guatemalteco del Trabajo y la radicalización de la Revolución lo que motiva la agresión, sino su carácter nacionalista, no alineado, fuera del control de los Estados Unidos: un movimiento que se les escapa de las manos. Ya durante la gestión “moderada” de Arévalo, Estados Unidos presiona para la destitución de ministros y funcionarios de su administración e impone el embargo de armas. A partir de la asunción de Árbenz y, sobre todo, de la puesta en práctica de la reforma agraria, las medidas contra Guatemala se incrementan.

El símbolo de la contrarrevolución es ese Árbenz humillado, maltratado, obligado a desnudarse delante de los periodistas cuando sale al exilio. El “hombre desnudo” en palabras del economista guatemalteco Eduardo A. Velásquez, y el pueblo mudo, desorganizado, aterrorizado.

Pero ese hombre desnudo es capaz de vestirse sólo con la dignidad de su razón y de su lucha y el pueblo mudo ya no va a ser el mismo de antes de 1944. “La Revolución de Octubre es el acontecimiento histórico más importante de nuestra vida independiente, dice Cardoza. Tan importante que el imperialismo decide destruirla con traidores y mercenarios. Es, y seguirá siendo, un movimiento popular de emancipación, cuya influencia rebasa pronto las fronteras. Jamás nuestro pueblo había adquirido mayor conciencia, libertad y soberanía. Jamás se había luchado por finalidades más justas, más guatemaltecas y populares” (“La Revolución de Octubre. Diez años de lucha por la democracia en Guatemala”).

Para Manuel Galich, “la Revolución está aplastada por las pezuñas del monstruo. ¿Por cuánto tiempo? Sólo la historia es lo suficientemente visionaria para penetrarlo. Pero ella misma es lo bastante justa y certera para afirmar que no importan los años, el aplastamiento de la Revolución es cosa transitoria”.

Esta es la gloriosa pero corta victoria de la liberación. La derrota y la esperanza de la Revolución del 44.

Por Billy Quijada
Edición: Lic. Juan Carlos Ruiz

Fuentes:
 Cardoza, Luis. La revolución guatemalteca
 Carpio, Iván. Memorias de Alfonso Bauer Paiz.
 Galich, Manuel. Por qué lucha Guatemala.
 Jonas, Susanne. La batalla por Guatemala.
 Ruiz Franco, Arcadio. Fermentos de lucha. Hambre y miseria en Guatemala. 1944-1950
 Velásquez Carrera, Eduardo, y otros. La Revolución de Octubre. Diez años de lucha por la democracia en Guatemala.

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