Hechos Misteriosos de Quezaltepeque: “De Camino a Esquipulas”

Fantasmas y espantos son parte del folclor de Quezaltepeque, como lo cuentan los viejitos y demás vecinos de la villa cachacera.


De Camino a Esquipulas

Por Billy Quijada
“Me contó mi papá, que le contó su tío Tomás”

Basílica de Esquipulas - Foto: Rous Veliz

En los años cuarenta, la ruta de peregrinación hacia Esquipulas, pasaba por el interior de Quezaltepeque; los viajeros entraban por el puente la conquista, en el barrio el puente, pasaban por toda la calle que está frente al parque y la iglesia católica San Francisco de Asís, y salían por el cementerio municipal que colinda con lo que ahora es, la colonia Santa Filomena, para después retomar la carretera a la capital de la fe.

El tío Tomás Aldana, ilustre cachacero y muy popular entre los vecinos de este municipio; contaba que a finales de la tercer década del siglo XX, conoció en un rezo de nueve días a un viajero que iba rumbo a Esquipulas a ver al Cristo Negro. Como todo buen cachacero, en solidarización con la familia doliente, el tío Tomás asistió con buena actitud a los rezos en ese hogar.

El tío Tomas no tardo en sacarle platica al peregrino, a quien vio que estaba desconcertado, como si hubiese conocido a la familia; este peregrino le contó una experiencia extraña que tubo mientras se dirigía a Esquipulas y que por esa razón iba a dormir en Quezaltepeque esa misma noche, pues no podía seguir por temor al camino, pues cuando pasó por el cruce de Ipala en la aldea Rio Grande de Quezaltepeque, (que actualmente se conoce como la carretera vieja hacia Ipala), vio una muchacha, que por su apariencia no daba la percepción de ser de muchos recursos, pero era muy atractiva, su estatura era aproximadamente de 1.70 metros, pelo largo de color castaño claro, ojos café, tenía unas cicatrices en los brazos como si la hubiesen rasgado con algo afilado, se podía presumir que tenía unos 24 años y la única pertenencia de valor que se podía observar, era un collar de oro que colgaba de su cuello. Ella le hizo la parada al carro y le pidió jalón hacia el pueblo, pues como en ese tiempo habían pocos carros, la gente caminaba desde las aldeas y quien tenía caballo, iba hasta el pueblo montado sobre el animal.

En esos años, el país era dirigido por el genera Jorge Ubico, pese a que la gente mostraba rechazo ante las decisiones y errores de su gestión, de lo que no podían quejarse era de la inseguridad en el territorio nacional, todo era más sano, la gente confiaba en que si pedían jalón a desconocidos, no iban a aprovecharse de ellos, abusando, robando o cualquier situación que pusiera en riesgo sus vidas. Por esta razón la señorita le dice al peregrino que la lleve a Quezaltepeque, él no se negó a la petición de la joven y continuó normalmente su viaje a Esquipulas, con una breve parada en la villa cachacera para pasar dejándola a ella.

En el camino platicaron de diferentes temas, el le contó que venía de muy lejos, pues le había prometido al Cristo Negro cuando de niño sus padres lo llevaron, que en cuanto en sus posibilidades estuviera, volvería a visitar algún día Esquipulas y llegaría a verlo a la basílica de esta ciudad; ella solo comentaba lo que el peregrino le hablaba, lo único que la joven le contó fue, que había ido a la aldea de Rio Grande a realizar trabajo voluntario con la gente de la comunidad, después de eso no hablaron mucho hasta llegar a Quezaltepeque, pues por la dificultad del camino, el cual era de terracería, demoraron un poco en trasladarse desde esa aldea hasta la cabecera municipal.

Al entrar por el puente la conquista, el peregrino le dijo a su acompañante: -¿señorita, en dónde la dejo?- a lo que ella respondió -no tenga pena, en la salida de Quezaltepeque me deja.

Cuando esto sucedió, ya eran como las seis y cuarto aproximadamente, había oscurecido rápido pues estaban en el mes de octubre, a una noche del día de todos los santos. Lo único que vieron cuando entraron a Quezaltepeque, fue a unos niños en el parque que estaban echándose una chamusca con el juego de saca rin, con una pelota de plástico, utilizando como portería la puerta de la iglesia católica. En la esquina de la municipalidad se encontraba un grupo de hombres que en ese momento hacían, lo que tradicionalmente se le llama en los pueblos: “echando la platicada con los cuates en el peladero”.

Pasaron por toda esa calle del pueblo, hasta llegar a la salida, donde es el cementerio municipal. Fue en ese lugar donde la señorita le pidió que la dejara, un poco sorprendido por el lugar y la hora donde se iba a quedar esta muchacha, le pregunto si estaba segura que ahí era a donde iba, a lo que ella respondió afirmativamente y le dio las gracias por el favor. El peregrino se bajo como todo un caballero a abrirle la puerta del lado de ella, en ese momento la muchacha se quitó el collar que cargaba sobre el cuello y le dijo que ella no tenía como pagarle, pero él le dijo que no había pena, aún así ella insistió y le dijo que tomara ese collar y regresara al pueblo, al llegar a la municipalidad, cruzara a la derecha y se dirigiera tres cuadras hacia arriba, ahí habría una casa color verde en donde buscaría a la señara Marta García, -ella al ver el collar, sabrá que usted me hizo algún favor y le dará un detalle, como lo hace con todas las personas que me ayudan- le dijo al peregrino y se despidió de él.

En seguida él subió al carro, dio la vuelta hacia el pueblo y vio por el retrovisor que la señorita entró por la puerta del cementerio. Esto no le extraño tanto como la primera vez, cuando ella le pidió que la dejara en ese lugar, pues en ese momento pensó que alguien la esperaba adentro para coronar o arreglar alguna bóveda, pues el siguiente día todo el pueblo acudía al camposanto a visitar a sus seres queridos por festejar el día de todos los santos.

El peregrino hizo lo que ella le indicó, primero llegó a la municipalidad, se percató de que los hombres que estaban en la esquina cuando pasó de camino al cementerio, se habían ido del lugar y que todo en los alrededores se encontraba desolado en ese momento. El continuó como la señorita le había dicho, hasta que llegó al populoso barrio el calvario, encontró la casa verde, pero notó algo extraño, la gente que había visto en el centro del pueblo, se encontraba sacando sillas, moviendo muebles en la casa, limpiando y arreglando el frente y el interior de la casa, como si estuvieran preparando algún tipo de actividad religiosa.

Extrañado por lo que sucedía preguntó a un muchacho si esa era la casa de Marta García, este joven, llamado German, fue a avisarle a la señora que un extraño la buscaba en la puerta. Doña Marta salió a recibirlo, ella mostraba un semblante de tristeza, ojos llorosos, en lugar de una sonrisa, sus comisuras denotaban el estado de ánimo que tenia en ese momento, pero esto no importo para atender a un extraño que preguntaba por ella.

En ese momento lo único que el peregrino pudo decirle es -usted es la señora Marta García- a lo que ella respondió con un sollozo que sí, el le mostró el collar y le preguntó si sabía de quién era y ella soltó un estrépito llanto, que le removió todo su ser. Apenado el peregrino se disculpo, aunque no sabía de que se trataba.

Después de calmarse un poco y de haber captado la atención de todos en el lugar, la señora le dijo al peregrino: “hace ocho días, mi hija fue voluntariamente con otros jóvenes a Rio Grande para ayudar a varias familias del caserío Piedras Azules, quienes habían perdido casi todo, porque ese invierno había sido tan fuerte, que los que vivían a orillas del río, sus casas habían sido arrastradas por la corriente, que había crecido tanto por que unas grandes piedras habían obstruido el paso ligero del cause del río; en cuanto ella y sus amigos terminaron de coordinar algunas de las cosas que iban a hacer para restaurar viviendas y dar alojamiento a estas familias, ella les dijo que se iba a adelantar de regreso al pueblo, porque se sentía un poco mal del estomago y que en el cruce de Ipala iba a esperar a que alguien que fuera de camino a Esquipulas le diera jalón. Nadie se opuso, pues de la seguridad del país nadie dudaba, pero lo que le sucedió cuando estuvo esperando el carro, ni el general Ubico podía tener el control; mi hija sufrió un ataque de algún animal o persona, que le rasgo todo su cuerpo, dejándola desangrada a la orilla de la carretera, solo Dios sabrá lo que pasó”.

Luego de contarle eso al peregrino, el se quedó mudo ante esta situación. Doña Marta le dijo: supongo que encontró en el cruce de Ipala o por el camino ese collar, el cual yo le regalé para su cumpleaños. En ese momento el peregrino se enteró que estaba en el rezo de nueve días de la señorita a la que él aseguraba, haber dado jalón.

Luego tomó asiento en uno de las sillas, espero a que hicieran el rezo, le sirvieron café y le dieron un tamal como a todos los demás asistentes y en ese momento, conoció al tío Tomas, quién le contó esta historia a mi papá, Guillermo (don Billy) Quijada.

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